sábado, 14 de noviembre de 2009

 

REGALOS DEL SEÑOR A SANTA ISABEL DE HUNGRÍA (I)

Un día, cuando todavía era princesa, fue al templo vestida con los más exquisitos lujos, pero al ver una imagen de Jesús crucificado pensó: "¿Jesús en la Cruz despojado de todo y coronado de espinas, y yo con corona de oro y vestidos lujosos?". Nunca más volvió con vestidos lujosos al templo de Dios.


Una vez se encontró un leproso abandonado en el camino, y no teniendo otro sitio en dónde colocarlo por el momento, lo acostó en la cama de su marido que estaba ausente. Llegó este inesperadamente y le contaron el caso. Se fue furioso a regañarla, pero al llegar a la habitación, vio en su cama, no al leproso sino un hermoso crucifijo ensangrentado. Recordó entonces que Jesús premia nuestros actos de caridad para con los pobres como hechos a Él mismo.


No faltó quien acusó a la princesa ante el propio duque de estar dilapidando los caudales públicos y dejar vacios los graneros y almacenes. Luis quería a su esposa con delirio, pero no pudo resistir el acoso de sus intendentes y les pidió una prueba de su acusación. Espera un poco -le dijeron- y verás salir a la señora con las faldas llenas.


Efectivamente, poco tuvo que esperar el duque para ver a su mujer que salía, como a hurtadillas, de palacio cerrando cautelosamente la puerta. Violentamente la detuvo y la preguntó con dureza:
-- ¿Qué llevas en la falda?
-- Nada..., son rosas -contestó Isabel tratando de disculparse, sin recordar que estaba en pleno invierno-.
Y, al extender el delantal, rosas eran y no mendrugos de pan lo que Isabel llevaba, porque El Señor quiso salir fiador de la palabra de su sierva.

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