miércoles, 20 de julio de 2011
¿NOS SANTIFICA EL DESCANSO?
Dios, que nos invita a trabajar para colaborar con él en la Creación, quiere también que descansemos. El reposo merecido es voluntad de Dios para cada uno de nosotros. «El hombre tiene que imitar a Dios tanto trabajando como descansando, dado que Dios mismo ha querido presentarle la propia obra creadora bajo la forma del trabajo y del descanso».
Estas palabras de Juan Pablo II hacen referencia al relato de la Creación, primer «evangelio del trabajo». El autor sagrado concluye la narración diciendo: "Terminó Dios en el día séptimo la obra que había hecho, y descansó en el día séptimo de toda la obra que había hecho. Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó, porque ese día descansó Dios de toda la obra que había realizado en la creación".
A partir de entonces, corresponde al hombre perfeccionar esa obra divina mediante su trabajo, sin olvidar que él es también criatura, fruto del amor de Dios y llamado a la unión definitiva con Él. El descanso del día séptimo, que Dios santifica, tiene para el hombre un hondo significado: además de una necesidad, es tiempo apropiado para reconocer a Dios como autor y Señor de todo lo creado, y anticipo del descanso y alegría definitivos en la Resurrección.
Una vida que transcurriese sumergida en los afanes del trabajo, sin considerar el fundamento del que todo proviene y el sentido –el fin– hacia el que todo tiende, «correría el peligro de olvidar que Dios es el Creador, del cual depende todo», y hacia el cual todo se orienta.
Hacer todo para la gloria de Dios –la unidad de vida– es vivir con fundamento sólido y con sentido y fin sobrenaturales, es descansar en la filiación divina dentro del propio trabajo y convertir el descanso en servicio a Dios y a los demás.
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