domingo, 24 de enero de 2016
Encuentro de Oración Madrid 23 de enero de 2016
Texto Bíblico (Lc 8, 41-48)
Jesús se dirigía a la casa de Jairo, rodeado de un gentío que casi lo sofocaba. Entonces una mujer, que padecía hemorragias desde hacía doce años y que nadie había podido curar, se acercó por detrás y tocó el fleco de su manto....
REFLEXIÓN:
Con la fe se toca a Cristo, ha dicho Ambrosio.
Pero no con una fe que se contenta con rezar el Credo, sino aquella fe de la incurable que empieza con la humildad de no creerse digna ni de ponerse delante del santo Maestro y que termina y se manifiesta en la confianza firme de ser curada sólo por el contacto con lo más insignificante de su persona, la orla posterior de su vestidura.
¡La fe viva! Esa es la que toca a Cristo, la que llega hasta su corazón.
Si con fe viva nos llegáramos al altar, ¡cómo nos sumergiríamos en aquel mar de luz, de amor, de vida, que brota de aquel Corazón! ¡Cómo obtendríamos mucho más de lo que pedimos y esperamos!
Pero, ¡nos hace tanta falta aquella humildad que lo teme todo de sí y aquella confianza que lo espera todo de Él!
¡Vamos a Misa, tan llenos de nosotros que no hay que extrañar que volvamos tan vacíos de Él!
Señor, yo quiero creer en ti Haz, Señor, que mi fe sea pura, sin reservas, y que penetre en mi pensamiento, en mi modo de juzgar las cosas divinas y humanas.
Que mi fe sea libre, Señor, es decir, acompañada por mi elección personal, que acepte las renuncias y los riesgos que comporta, y que exprese lo que es el vértice decisivo de mi personalidad.
Yo creo en ti, Señor. Señor, haz que mi fe sea firme: firme por una lógica externa de pruebas y por un testimonio interior del Espíritu Santo; firme por la luz aseguradora de una conclusión pacificadora, de una connaturalidad suya.
Yo creo en ti, Señor. Señor, haz que mi fe sea feliz: que dé paz y alegría a mi espíritu que lo capacite para la oración con Dios y para la conversación con los hombres; de forma que irradie en el coloquio sagrado y profano la original dicha de su venturosa posesión.
Yo creo en ti, Señor. Oh Señor, que mi fe sea humilde: que no presuma en la experiencia de mi pensar y sentir, sino que se rinda ante el testimonio del Espíritu Santo; y que no tenga otra garantía mejor que la docilidad a la autoridad del magisterio de la Santa Iglesia. Amén (Pablo VI).
Jesús se dirigía a la casa de Jairo, rodeado de un gentío que casi lo sofocaba. Entonces una mujer, que padecía hemorragias desde hacía doce años y que nadie había podido curar, se acercó por detrás y tocó el fleco de su manto....
REFLEXIÓN:
Con la fe se toca a Cristo, ha dicho Ambrosio.
Pero no con una fe que se contenta con rezar el Credo, sino aquella fe de la incurable que empieza con la humildad de no creerse digna ni de ponerse delante del santo Maestro y que termina y se manifiesta en la confianza firme de ser curada sólo por el contacto con lo más insignificante de su persona, la orla posterior de su vestidura.
¡La fe viva! Esa es la que toca a Cristo, la que llega hasta su corazón.
Si con fe viva nos llegáramos al altar, ¡cómo nos sumergiríamos en aquel mar de luz, de amor, de vida, que brota de aquel Corazón! ¡Cómo obtendríamos mucho más de lo que pedimos y esperamos!
Pero, ¡nos hace tanta falta aquella humildad que lo teme todo de sí y aquella confianza que lo espera todo de Él!
¡Vamos a Misa, tan llenos de nosotros que no hay que extrañar que volvamos tan vacíos de Él!
Señor, yo quiero creer en ti Haz, Señor, que mi fe sea pura, sin reservas, y que penetre en mi pensamiento, en mi modo de juzgar las cosas divinas y humanas.
Que mi fe sea libre, Señor, es decir, acompañada por mi elección personal, que acepte las renuncias y los riesgos que comporta, y que exprese lo que es el vértice decisivo de mi personalidad.
Yo creo en ti, Señor. Señor, haz que mi fe sea firme: firme por una lógica externa de pruebas y por un testimonio interior del Espíritu Santo; firme por la luz aseguradora de una conclusión pacificadora, de una connaturalidad suya.
Yo creo en ti, Señor. Señor, haz que mi fe sea feliz: que dé paz y alegría a mi espíritu que lo capacite para la oración con Dios y para la conversación con los hombres; de forma que irradie en el coloquio sagrado y profano la original dicha de su venturosa posesión.
Yo creo en ti, Señor. Oh Señor, que mi fe sea humilde: que no presuma en la experiencia de mi pensar y sentir, sino que se rinda ante el testimonio del Espíritu Santo; y que no tenga otra garantía mejor que la docilidad a la autoridad del magisterio de la Santa Iglesia. Amén (Pablo VI).
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